-Y me viene a la mente decir algo que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé. Francisco, Jornada Unidad Cristiana. Fénix, 23-V-15
Hæc est hora vestra et potestas tenebrarum (Lc.22:53)

lunes, 27 de abril de 2015

Conservadores




Los conservadores denuncian la situación en la Iglesia. Pero, al negarse a analizar sus causas, se convierten en cómplices de aquello que denuncian. Ellos mismos son sus jueces: al rehusar formar parte de la solución, forman parte del problema.

Su posición podría resumirse así: "Cosas pasan en sitios a personas, aunque no siempre las mismas cosas, ni en los mismos sitios, ni a las mismas personas." Y como ni el oído se cansa de oír, ni el ojo de ver, así van pasando los días, los meses y los años, de denuncia de apostasía en denuncia de apostasía, sin llegar a ninguna parte. Sin entender la situación, dando palos de ciego.

Los conservadores están realmente convencidos de realizar una tarea sagrada: nadar y guardar la ropa, por su bien y el de los demás. Ponen a los mártires como ejemplo, pero rehuyen el riesgo. Evitan el peligro ignorando las causas de la apostasía universal en la Iglesia. Son linces en lo anecdótico, pero avestruces en lo demás.

Piensan que esta apostasía afecta sólo a los demás, porque a ellos les protege el grupo. Y como todo el grupo piensa igual, tan contentos. Sin embargo, si algún "hermano" fallecido cincuenta años atrás levantara la cabeza, no los reconocería como fieles de la misma fe, porque la suya, aunque algunos todavía no se hayan enterado, ya es otra fe. Es la fe del hombre que se hace dios. No es la Fe del Dios que se hace hombre.

Quizá, por ignorancia invencible, algún conservador no sepa cuál es su triste situación. Pero aquellos que repasan cada día la prensa en varios idiomas, buscando noticias que les permitan justificarse denunciando sin tener que comprometerse para que todo siga igual, no pueden alegar ignorancia invencible. Saben perfectamente cuál es la consecuencia de sus actos: dar tiempo a la revolución para consolidar sus victorias.

Los conservadores, aunque no sean causa suficiente, son causa necesaria del actual estado de cosas en la Iglesia. No han iniciado la revolución. Pero silencian sus causas y aplican, con mano de hierro, sus consecuencias. Sin ellos, la revolución habría fracasado.

Aquí no se trata tanto de realizar investigaciones teológicas al alcance sólo de especialistas -que también son necesarias- sino de analizar las circunstancias históricas que han desembocado en la situación actual. Para unos todo empezó en 1958, con monseñor Roncalli ocultando el Tercer Secreto de Fátima y convocando el Concilio Vaticano II. Para otros empezó en 1914-18, con la muerte de San Pío X, las Apariciones de Fátima, la caída de los Imperios Centrales y la Revolución de Octubre. Para otros empezó en 1789-93, con la Revolución Francesa, la ejecución de Luis XVI y María Antonieta, y la publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón de Immanuel Kant. Para otros empezó en 1517, con Martín Lutero clavando un documento en la puerta de la iglesia de Todos los Santos en Wittenberg. Y para otros empezó en 1303, con el ultraje en Agnani al Papa Bonifacio VIII por parte del legado de Felipe el Hermoso, Sciara Colonna. Todos tienen parte de razón.

La historia nos muestra que la modernidad lleva más de seis siglos luchando contra la Iglesia y que, desde hace casi sesenta años, cuanto más alto es el rango de los pastores, menor es su capacidad para transmitir y confirmar en la fe. El resultado está a la vista de todos. Viendo la situación del clero regular y secular, es fácil imaginar cuál es la de los fieles. Aunque algunas familias todavía la mantengan, en la mayoría se ha roto la transmisión familiar de la catequesis.

Los cambios en la Iglesia durante los últimos sesenta años tienen raices profundas que se remontan seiscientos años atrás. Esos cambios se aplicaron por orden personal y directa de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Si los hubieran rechazado, no se habrían aplicado. Su aplicación es responsabilidad enteramente suya. Eso es algo que los conservadores no quieren reconocer. Culparán de la situación en la Iglesia a los progresistas. Y lo harán sabiendo que, una vez elegido un progresista como Papa, sus obras y acciones, automáticamente y para siempre, dejarán de ser consideradas progresistas y pasarán a formar parte del nuevo conservadurismo.

Quien rechace esa burda estafa intelectual será acusado de filo-lefe, hereje cismático (materialiter) que ni siquiera estará en comunión parcial con la iglesia que subsiste en la Iglesia de Cristo por haber olvidado la misericordia prometida: que el mal no prevalecerá sobre la Iglesia; que Cristo estará con nosotros hasta el fin de los tiempos; y que pasarán el cielo y la tierra pero que sus palabras no pasarán. Sin embargo, lo que la interesada memoria selectiva de los conservadores parece olvidar es que, después de decir esas palabras, antes de resucitar al tercer día, Jesucristo murió y fue enterrado. Y que, a pesar de haber mantenido hasta San Juan Bautista la Alianza con Israel, YHWH permitió que sumos sacerdotes, sacerdotes, escribas y fariseos apostataran de tal forma que hasta un simple pagano infiel, un pobre centurión romano, tuviera más fe que todos ellos. Dios siempre es fiel a sus promesas. Pero no como los conservadores de cualquier época quisieran.

De los conservadores no se puede esperar otra cosa que lo que ya hacen. Esperar algo diferente es perder el tiempo. Un tiempo necesario para explorar los antecedentes que nos permitan comprender la crisis actual, y así establecer un curso de acción futura según la Voluntad de Dios.

Las premisas del análisis histórico son claras: (1) hay una crisis terrible en la Iglesia; (2) aunque los antecedentes sean muy anteriores, la doctrina y la liturgia se degradaron a partir de la muerte de Pío XII por la acción voluntaria, continuada y directa, de sus sucesores; (3) el Novus Ordo Missae de 1969 tiene tales carencias de bienes debidos que, en la medida de lo posible, hay que evitar asistir a su oficio; y (4) no hay que ponerse bajo la autoridad de aquellos que no reconozcan los tres puntos anteriores.

Cada uno, dentro de sus posibilidades, debe dejar de perder el tiempo con los conservadores y, según los cuatro principios arriba indicados, aplicarse al estudio del pasado para comprender el presente y planificar el futuro, encarnando en su vida la Voluntad de Dios de instaurar todo en Cristo.

Cougar

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